jueves, 6 de noviembre de 2014

Carta a Rafael

Vivimos en un pequeño país, enorme en corazón, somos un pueblo pobre que camina en un suelo de oro.

Con tales circunstancias es evidente que nuestra sociedad necesita de manera urgente personas capaces de pensar, de hombres y mujeres inteligentes con la voluntad para convertir estas ideas en acciones, en logros. Seres dispuestos a tomar la vida con sus manos, dispuestos a luchar por alcanzar sus metas y buscar nuevas aún más elevadas.

Las ideas deben mover nuestras vidas, el bien común, no es solo un pensamiento bonito o una conversación para quienes lo buscan en el más allá, debe ser el objetivo por el cual todos intentamos crecer a lo largo de la existencia.

En este escenario, ubicados en esta realidad, mi país, esta minúscula porción de tierra tercermundista; si tercermundista, no nos engañemos no hemos sido, ni somos potencia; está lleno de seres humanos con las cualidades necesarias para dar el salto, sin embargo, un hecho innegable de una persona inteligente es saber que es “falible”, no importa cuán alto sea nuestro coeficiente, lo elevada de nuestra buena voluntad, la constante del hombre es equivocarse y con estos errores aprender.

Lamentablemente el círculo que dirige nuestro pequeño paraíso se siente sobre el resto de nosotros al creerse infalible, en mi país, en mi sociedad, decir que tal o cual decisión de la cúpula está equivocada equivale a ser descalificado, a ser humillado y ridiculizado.

A todos nos cuesta aceptar que erramos, nos resistimos a sentir que somos uno más, nos duele saber que no dejamos de ser simples personas, y a pesar de esto tarde o temprano debemos terminar por aceptar nuestras fallas y poner de parte para corregirlas.

¿Cómo alguien descalifica, se burla de un semejante, solo por el hecho de ser criticado? No es la primera vez que esta pregunta es elevada, pero la vuelvo a dirigir a nuestro muy capaz, sin duda alguna inteligente pero ciertamente falible presidente.

Si mi muy apreciado señor, usted es falible como yo, como mi vecino, como todos los que nos clasificamos como seres humanos.


Sin más que acotar me despido, invitándolo a reflexionar sobre la cuestión aquí planteada.